en los tiempos de crisis, la respuesta natural del ser humano es buscar la seguridad, mucho más que ir a por riesgos y aventuras. En esa línea, nuestros políticos, siempre a la vanguarda de los movimientos estéticos, éticos e intelectuales, están pasando por un proceso de renovación de su imagen que consiste principalmente en dejar de ser unos jovenzuelos de porte atlético y terso cutis para, sumándose a la revolución estética marcada por la vicepresidenta De La Vega, aparecer como hombres de estado llenos de arrugas, fruto de la concentración extrema con la que afrontan los problemas de la ciudadanía.
Basta ver a ZP, antes alegre chavalote de ceja circunfleja y frente lisa como autopista financiada por el FEDER convertirse en añejo estadista. Imagino el trabajo que les ha costado tanto a él como a sus asesores estéticos de cabecera convertir en líneas de preocupación y recocimiento intelectual la piel de una persona que no parece pensar en absolutamente nada más que ideas felices la mayoría del tiempo.
Lo mismo parece que está pasando con el resto de los políticos de uno y otro signo. Menos aquellos adelantados como la citada Vicepresidenta o Rubalcaba, que se adelantaron a la moda en al menos diez años, todos andan poniéndose años y quitándose afeites, en algunos casos desperdiciando las enormes fortunas que invirtieron en el proceso contrario años atrás, caso por ejemplo de Bono. Se dice que Rajoy, sin ir más lejos, está pagando el colegio de los niños con lo que se ahorraba en tintes especiales para la barba de colón visón almizclado, que le tenían que hacer a medida en una industria química de París.
Yo, que no soy para nada inmune a la moda, estoy en lo mismo. Blancas canas surcan mi barba, patas de gallo rodean mis ojos y mi aspecto, que hace apenas dos quinquenios era el de un joven imberbe, se ha convertido hoy en el de un serio capitán de la industria. Y ayer cumplí 43 años, cosa que no tiene nada que ver con esta filípica.
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