Nadal ganó ayer su segundo Wimbledon, y lo hizo en un partido aburrido, que de no ser porque se jugaba donde se jugaba y por lo que había en juego, no sería recordado por nada en absoluto. Y sin embargo, se las arregló para llenarlo de significado con un gesto raro.
Después de la tradicional celebración nadaliana de tirarse a la pista de espaldas al ganar, Nadal se fue a su sitio, estuvo quieto unos segundos, y de repente, saltó como un gamo y dio una voltereta en la pista.
Nadal ha pasado por un año en el que todo el mundo le daba por definitivamente desaparecido, gracias a su maltrecho cuerpo. Ya lo había dicho hacía unos años Pat Cash: 'Rafa está escribiendo cheques que su cuerpo no puede pagar'. Se rompió, dejó de jugar y de ganar, y es de suponer que incluso él tuvo dudas de su regreso.
Y sin embargo, ahí está, con Roland Garros y Wimbledon en la faltriquera.
Gracias a estas cosas, menos la voltereta, Nadal está asumiendo características monstruosas. Cuando Nadal da un manotazo a una mesa, queda la huella de su mano agujereada en ella. Cuando da un portazo a un coche, el pasajero del otro lado sale disparado junto a la puerta arrancada de cuajo. Nadal come filetes de seis kilos como el que come aceitunas, cuando Nadal quiere decirle algo a su madre que está en Mallorca sólo tiene que gritar, aunque esté en Nueva York. Cuando Nadal corre por la calle, el vacío que queda detrás se va llenando de carritos de niños, bancos públicos y todas las revistas de los kioscos.
Ya sé que todo el mundo está como loco con la selección, pero lo que realmente tiene mérito es lo que está haciendo Nadal, con ese proceso de transformación en un titán de los de verdad.
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