Hace unos días leí Solar, la última novela del mejor escritor vivo, Ian MacEwan. No es de sus mejores pero algunas cosas son simplemente fabulosas, las descripciones de las personas y el conocimiento y la investigación que hay en la novela te dejan boquiabierto.
Pero lo que más me gusta es la opinión del protagonista, conocido científico ganador del Premio Nobel que habla largo y tendido sobre lo que opina del actual movimiento de moda en el mundo, el ecologismo catastrofista. A pesar de que el personaje en un giro cínico se convierte en abanderado de ese movimiento, dice lo siguiente, y lamento la traducción y adjunto el original en inglés.
Las predicciones tenían un cierto tono del Antiguo Testamento, un aire de plagas y lluvias de ranas, que sugerían una arraigada inclinación manifestada durante siglos a creernos que vivimos en el final de los días, y que nuestro propio fin va a ir ligado al final del mundo, y que por eso nuestra vida tiene más sentido, o es algo menos irrelevante.
El final del mundo no se muestra en el presente, donde se vería claramente que es una fantasía, sino en un momento muy cercano, al torcer una esquina, y cuando esa fecha llegara y pasara, un nuevo final no menos cercano aparecería en su lugar.
El viejo mundo purificado por la violencia incendiara, lavado por la sangre de los que no se van a salvar, eso era lo que sirvió para las sectas cristianas Milenaristas (¡Muerte a los infieles!) Y para los comunistas rusos (¡Muerte a los capitalistas!); Y para los Nazis y su fantasía de los mil años (¡Muerte a los Judíos!). Y después su equivalente en la democracia contemporanea, una guerra nuclear a tumba abierta (¡Muerte a todos!).
Cuando nada de todo eso ocurrió, y el imperio Soviético se consumió en sus propias contradicciones, y no teniendo ninguna causa suficientemente grande de preocupación aparte de la contumaz e inerradicable pobreza global, la tendencia apocalíptica conjuró una nueva bestia que acabaría con todos.
Y en esas estamos, como dice McEwan, conjurando un final que haga nuestras vidas más interesantes, por un lado el final de los tiempos (por mi culpa por mi culpa por mi gran culpa) y por otro el catastrofismo doméstico -el colapso definitivo de la economía, de las pensiones, de la nación, de la moral, de la sanidad pública, de la enseñanza...
Perdiendo el tiempo pensando en idioteces en vez de darnos cuenta de que es cierto, somos irrelevantes, y nuestra misión es nacer, producir unos cuantos más como nosotros y desaparecer sin dejar rastro, pero en vez de hacer como el mono listo y vivir el momento, hacemos como el mono tonto que somos y nos paramos a analizar el momento, dejando que pase por nosotros dando sentido a lo que no lo tiene.
Alternativamente, podemos mantenernos en un stand-by permanente, 'haciendo-como-que', siguiendo adelante, a la espera, o bien de un chispún final, o bien de una flecha luminosa de neón que diga 'por aquí', entre que constatamos la licuefacción de nuestros cerebros cada vez menos eficaces. O algo así.
P.S.: Voy a ver si me hago con 'Expiación', que tiene buena pinta. ¿Sabes que no he leido nada de Ian McEwan?
Saludos.
Publicado por: Hans | 14/05/11 en 18:27